Aristóteles comienza su análisis con controversia desde el primer renglón. Dice textualmente que «todo Estado es, evidentemente una asociación». Aristóteles entiende a la sociedad como diversas capas de agrupaciones, es decir, los individuos forman familias, las familias forman pueblos, y los pueblos forman Estados. Así, es entendible la concepción que tiene Aristóteles sobre el Estado como una "asociación", aunque el término en la actualidad sea un despropósito. Por tanto, según la mirada del pensador griego, el Estado es tan natural como lo es cualquier asociación, y lo deja aclarado varias veces a lo largo del texto: «Así, el Estado procede siempre de la naturaleza (...)»; «(...) el Estado es un hecho natural (...)»; «No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo (...)».
En efecto, no solo toma Aristóteles al Estado como algo natural, sino como algo a lo que tiende la naturaleza misma del ser humano: «La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política».
Ahora bien, ¿por qué considera Aristóteles que debe haber un Estado? Su respuesta es más que clara: «Lo que prueba claramente la necesidad natural del Estado (...) es que, si no se admitiera, resultaría que puede el individuo entonces bastarse a sí mismo, aislado así del todo como el resto de las partes». Para ser más claros, Aristóteles le agradece al primero que ha instituido la política, porque sino los hombres vivirían «sin leyes ni justicia». Así, para Aristóteles, el Estado vendría a ser algo muy parecido a los Estados modernos: el productor monopólico de las leyes. Para él, el Estado es el encargado de poner el orden social: «La justicia es una necesidad social, porque el derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es lo que constituye el derecho».
En el Capítulo II comienza a analizar la esclavitud, la que identifica como la propiedad sobre el esclavo en contraposición al hombre libre. Los diferencia básicamente por su condición física o por su torpeza, asumiendo sin embargo que puede haber excepciones contrarias a la naturaleza.
Es más extraño aún que Aristóteles plantee la relación señor-esclavo como algo útil para ambos. En efecto, concluye explícitamente que «(...) es útil al uno el servir como esclavo, y al otro el reinar como señor.» y la declara como justa de acuerdo a la naturaleza; aún así, advierte que «lo cual no impide que un abuso de esa autoridad pueda ser funesto a ambos».
De hecho dice Aristóteles que la economía doméstica para ser «completa, debe comprender esclavos y hombres libres», y entiende que la propiedad sobre el esclavo es algo tan natural como la propiedad sobre objetos u otros animales. En efecto, Aristóteles cree que la naturaleza hace al esclavo no poseedor de su propio cuerpo: «El que por la ley natural no se pertenece a sí mismo, sino que, no obstante ser hombre, pertenece a otro, es naturalmente esclavo». El error en este pensamiento nos es evidente ahora, más de dos milenios después. [1]
En lo económico, aquí surge la primera distinción importante, pues Aristóteles parece diferenciar entre lo que ahora llamaríamos bienes de consumo y bienes de capital. En efecto, dice Aristóteles que «los instrumentos propiamente dichos son instrumentos de producción; la propiedad, por el contrario, es siempre para el uso». Así, señala que hay bienes que sirven para producir otros bienes, mientras otros bienes solo sirven para hacer uso de ellos. Por supuesto, Aristóteles consideraba al esclavo como un bien de uso, en un sentido amplio.
Aristóteles señala reiteradas veces su concepción sobre la autoridad y la obediencia. Así, sostiene que hay personas que nacen para obedecer, y otras para mandar. Considera a la autoridad y obediencia no solo como algo natural, sino como algo evidentemente útil, y lo conecta con la relación padre-hijo, la relación conyugal (para Aristóteles, hay un sexo fuerte que tiene autoridad natural) y la relación maestro-esclavo.
Lo extraño es que Aristóteles era plenamente consciente de las críticas que hacían, según él, otros autores a la esclavitud. En efecto, dice que la esclavitud es un «(...) derecho que muchos legistas considerarían ilegal (...) porque es horrible, según ellos, que el más fuerte, sólo porque puede emplear la violencia, haga de su víctima un súbdito y un esclavo». Más adelante aclara también que unos se sustentan en «la benevolencia y la humanidad» y otros en «la dominación del más fuerte». La respuesta que da Aristóteles a estos planteos no parece satisfactoria. Plantea que es «evidente que los unos son naturalmente libres, y los otros naturalmente esclavos», y que «la fuerza jamás está exenta de todo mérito».
El Capítulo III es lejos el más interesante del primer Libro.
Aristóteles enuncia las formas que él denomina naturales de adquirir bienes, «sin acudir al cambio ni al comercio: nómada, agricultor, bandolero, pescador o cazador». También concluye que, en cierto modo, «la guerra misma es (...) un medio natural de adquirir», específicamente, esclavos.
En lo económico, surge aquí la segunda distinción importante, y es que sin llamarlos así, Aristóteles identifica claramente lo que ahora llamaríamos valor de cambio y valor de uso. En concreto, dice que «toda propiedad tiene dos usos que le pertenecen esencialmente, aunque no de la misma manera: el uno es especial a la cosa, el otro no lo es. Un zapato puede a la vez servir para calzar un pie o para verificar un cambio». Deja en claro, sin embargo, que para él la «venta no forma en alguna manera parte de la adquisición natural».
A su vez, reconoce la «necesidad del uso de la moneda», aunque entiende que la moneda se incorporó por la dificultad de transporte. Si bien puede ser en parte correcto, esto es por lo menos incompleto.[2] Aristóteles añade de forma brillante que el dinero no es riqueza por sí mismo, y se pregunta: «¿No puede suceder que un hombre, a pesar de todo su dinero, carezca de los objetos de primera necesidad?, y ¿no es un riqueza ridícula aquella cuya abundancia no impide que aquel que la posee se muera de hambre?». A pesar de este brillante concepto (que parece que no han entendido nunca los mercantilistas, y en cierta medida, los keynesianos), lo cierto es que Aristóteles no le atribuye ningún valor en concreto al dinero, es decir, para Aristóteles el dinero no tiene valor por sí mismo, sino por lo que puede accederse a él. Esto puede parecer intuitivamente correcto, pero lo cierto es que el dinero sí tiene valor por sí mismo: todo bien considerado escaso tiene valor, y el dinero entra dentro de la categoría de bienes escasos. No menos cierto es que, como da a entender Aristóteles, dinero no es lo mismo que riqueza.
Lo más interesante del capítulo, y a la vez triste, dado la repercusión histórica que tuvo sobre movimientos políticos pseudocientíficos (que sustentan lo que consideramos hoy partidos de izquierda), es su concepción sobre el interés, al que directamente califica como usura. Aristóteles sostiene «(...) hay fundado motivo para execrar la usura, porque es un modo de adquisición nacido del dinero mismo, al cual no se da el destino para el que fue creado. El dinero solo debía servir para el cambio (...)». Y concluye, «el interés es dinero producido por el dinero mismo, y de todas las adquisiciones es esta la más contraria a la naturaleza». El error, desde la perspectiva actual, es claro, y curiosamente tiene cierta analogía con uno de los tantos errores de Keynes. En efecto, para ambos el interés es un fenómeno monetario, cuando en realidad es un fenómeno temporal.[3]
Pero aún más importante es el absurdo de que el dinero "haga por sí mismo más dinero". Esto es literalmente imposible: el dinero sólo puede hacer más dinero una vez que es parte de algún intercambio, pero nunca por sí mismo. Pero como Aristóteles desatiende por completo el intercambio intertemporal, cree que el dinero se multiplica por sí mismo, en lugar de generar valor mediante el tiempo. Como bien explica un colega, Aristóteles desestima de tal forma al interés como anti-ético, que no atiende la explicación efectiva de por qué ocurre.
En el Capítulo IV, bastante breve, Aristóteles clasifica al comercio en tres ramas.
La primera, el «comercio marítimo, comercio terrestre y comercio al por menor». La segunda, « (...) el préstamo a interés, y en fin, el salario (...)». Y la tercera, «la explotación de los bosques y de las minas». Estas definiciones y clasificaciones parecen bastante arbitrarias; lo cierto es que todo comercio se presenta cuando existe intercambio voluntario, lo que abarca todas las actividades que enuncia Aristóteles.
Luego, casi con ironía, Aristóteles nos muestra como se enriquecen los filósofos (sic). El ejemplo que da sobre Tales de Mileto es simple y efectivo: arrendaba tierras cuando la demanda de aceite era baja, y por tanto el valor de la tierra era bajo, y las subarrendaba cuando la demanda crecía, y por tanto, el valor de la tierra era alto. Este ejercicio de especulación es alabado por Aristóteles, pero a su vez, para él, requiere en cierto grado un monopolio. Lo que intenta decir con esto es lo siguiente: un individuo o asociación que posea todas las unidades de un determinado bien, puede venderlas al precio que quiera porque no tiene competencia. Por supuesto, esto no representa mayor problema desde la perspectiva teórica actual. [4]
El capítulo V no explica demasiado. Aristóteles se detiene aquí sencillamente a explicar la interacción social que existe entre los individuos de la sociedad, y específicamente de autoridad-obediencia, en la relación de hombre-mujer, padre-hijo, y señor-esclavo.
Así, sostiene que «el esclavo está absolutamente privado de voluntad; la mujer la tiene, pero subordinada; y el niño solo la tiene incompleta». En el anteúltimo párrafo, sostiene Aristóteles que el niño (y la mujer) debe prepararse para la vida política, y ser educado para tal fin, pues «(...) los hijos serán algún día los miembros del Estado».
Hasta aquí, el Libro I. Veremos cómo avanza el Libro II.
[1] Y
es que un hombre siempre se pertenece a
sí mismo, y es imposible que una
persona pueda decir que su cuerpo no le pertenece, pues esto sería una
contradicción consigo mismo. De la misma forma que uno no puede decir
"estoy muerto", sin contradecirse, lo mismo ocurre cuando uno
argumenta que "mi cuerpo no me pertenece". Nadie puede no poseerse a sí
mismo, lo que deja a la esclavitud no como
una propiedad sobre otra persona, sino como la violencia o la amenaza de
violencia sobre la propiedad (esencialmente, el cuerpo) de otra persona,
estableciéndole límites coactivos sobre los que pueda disponer su plan de vida.
[2]
La ventaja de la incorporación de la moneda con respecto al trueque es más que evidente, como resolución de la llamada doble coincidencia de necesidades,
como facilitadora de la división de trabajo y como medida para el cálculo
económico racional, entre otras no menos importantes.
[3] Esta
confusión se debe a que el interés se paga, generalmente, en dinero. Pero lo
cierto es que el interés es, en un sentido amplio, el precio del tiempo, y no el
precio del dinero. El interés surge conceptualmente
de la preferencia temporal, del
intercambio de bienes presentes y bienes futuros: tú me prestas 1000 pesos
hoy, a cambio de que yo te devuelva 1100 mañana. Pero es que 1000 pesos hoy no equivalen a 1000 pesos mañana. Es
evidente que, céteris paribus, preferimos
los 1000 pesos hoy; es decir, a igualdad de circunstancias, tienen más valor
los bienes presentes que los bienes futuros, de lo que se concluye que para
preferir los bienes futuros sobre los presentes, aquellos deben presentar un
valor adicional, valor que se manifiesta por costumbre y uso como una diferencia porcentual: el interés. Nótese que puede ser
dinero, manzanas, libros, televisores, etc., los bienes por los que se realiza
el intercambio temporal, pero claro está que el dinero (oro, en su defecto),
como unidad universal, facilita enormemente el intercambio (y el intertemporal también). De allí que se
confunda la naturaleza temporal del interés, con el dinero, como hace
Aristóteles aquí, y más importante, Keynes más adelante con otros múltiples errores.
[4] Esta
concepción de monopolio no corresponde a lo que ahora conocemos como tal: la
falta de libertad de entrada a la competencia. Es decir, si bien es cierto que
un panorama como el que plantea Aristóteles es sin dudas problemático, no menos
cierto es que es muy difícil, por no decir casi imposible, que determinado
panorama sea real; a su vez, la competencia no es estática sino dinámica, por
lo que de ocurrir semejante situación, el monopolista
no podría subir sus precios más allá de cierto margen, no solo por temor a un
boicot social, sino porque cientos o miles de emprendedores estarán atentos a
suministrar esos mismos bienes o sustitutos, de forma más barata, para robarle
el mercado. También es cierto que a medida que compre los terrenos para adquirirlos, la utilidad marginal de aquellos que no ha adquirido es cada vez mayor, al ser más paulatinamente más escasos, por lo que cada vez necesitaría aumentar aun más el dinero erogado para comprarlos, haciendo en última instancia esto casi imposible.
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