lunes, 14 de septiembre de 2015

Leyendo a Aristóteles (Libro III - Política)



A pesar de los pocos conceptos económicos que surgen de la lectura del Libro III de «Política», intentaré exponer por lo menos unos pocos conceptos. Como siempre, aclaro que todas las citas excepto las especificadas, se encuentran en el texto al que puede accederse aquí.

Aristóteles se pregunta qué es en definitiva el Estado, al que, ya ha aclarado varias veces, considera una asociación de familias o pueblos; y por otro lado se pregunta quién es y puede ser considerado un ciudadano. Llega a la conclusión de que es ciudadano el que «goce de las funciones de juez y de magistrado», y que el Estado es una «masa de hombres de este género».

Se pregunta entonces sobre la justicia y la injusticia, en concreto: «¿tal acto ha emanado del Estado o no ha emanado?». Aristóteles se encarga de decir que la justica de un acto, según su visión, es del Estado y no importa de qué forma haya sido éste. Es decir, no es posible calificar un acto como injusto y no cumplir los compromisos porque una oligarquía o una tiranía lo hayan establecido previamente a una estructura democrática. Con esto separa la existencia abstracta del Estado con respecto a su organización interior, que veremos a continuación. También se encarga el filósofo de diferenciar al Estado como un ente atemporal , mientras que los hombres que lo ocupan cambian con el tiempo, de la misma forma que su metáfora con el río, al cual se califica por el mismo nombre a pesar de que el agua que lo compone y fluye en él nunca es la misma. 

A continuación intenta diferenciar entre la virtud del individuo privado y la virtud del ciudadano, llegando a la conclusión de que en la perfección ambas son lo mismo. Pero ¿qué hombre podría tener tal virtud como para abarcar ambos criterios? Según Aristóteles, «el magistrado digno del cargo que ejerce, y que es (...) virtuoso y hábil».

Aristóteles parece percatarse de la dualidad y relación que existe entre la vida individual y la social. Explica así que el hombre «desea invenciblemente la vida social. Esto no impide, que cada uno de ellos la busque movido por su utilidad particular y por el deseo de encontrar en ella la parte individual de bienestar que pueda corresponderle. Este es ciertamente el fin de todos en general y de cada uno en particular». Se puede argumentar entonces que para Aristóteles el bien común era el bien de cada individuo particular, lo que deja en claro también luego: «la asociación política tiene por fin, la virtud y la felicidad de los individuos.».

Más adelante comienza su clasificación sobre los tipos de gobierno. En primer lugar, destaca que la constitución es pura solamente cuando aquel/aquellos que gobiernan consultan el interés general en lugar del particular. «Así, distingue entre la monarquía, la aristocracia, y la democracia, y establece sus respectivas desviaciones: la tiranía que lo es del reinado; la oligarquía que lo es de la aristocracia; la demagogia que lo es de la república. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. » Y deja en claro que «ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general. »

Aristóteles cuestiona entonces los diferentes abusos de autoridad de estas distintas clases de gobierno o sus desviaciones, entre lo que cabe destacar los abusos de la democracia en materia de confiscación de bienes, lo que deja más que claro: «¡Qué!, ¿los pobres, porque están en mayoría, podrán repartirse los bienes de los ricos; y esto no será una injusticia, porque el soberano de derecho propio haya decidido que no lo es? ¡Horrible iniquidad!», a lo que agrega de forma contundente, «Este pretendido derecho no puede ser ciertamente otra cosa que una patente injusticia.».

Aún así, Aristóteles manifiesta su relativa simpatía con la democracia, que según él, a pesar de no resolver todos los problemas, era una solución equitativa y verdadera. 

Su concepción sobre el colectivismo me resulta bastante peculiar. Para Aristóteles, las masas se mueven como si fueran «un solo hombre», de forma que si bien uno solo no pueda determinar lo justo y lo injusto, es muy difícil, según Aristóteles, que las masas cometan los mismos errores, como si la opinión de las masas fueran una especie de promedio virtuoso. Así, aclara: «Cuando están reunidos, la masa percibe las cosas con suficiente inteligencia.» y que «los individuos tomados aisladamente son incapaces de formar verdaderos juicios.». 


Aquí comenta una metáfora que llama la atención y que sea probablemente lo más interesante del Libro III. Y es que según Aristóteles, «el artista no es el único ni el mejor juez en muchas cosas y en todos aquellos casos en que se puede conocer muy bien su obra sin poseer su arte. El mérito de una casa, por ejemplo, puede ser estimado por el que la ha construido, pero mejor lo apreciará todavía el que la habita; esto es, el jefe de familia. De igual modo el timonel de un buque conocerá mejor el mérito de los timones que el carpintero que los hace; y el convidado, no el cocinero, será el mejor juez de un festín». Lo extraño de este brillante argumento es que no deriva su esencial conclusión, quizá porque no tenga demasiado que ver en el contexto, quizá por distracción, imposible saberlo. No queda claro si Aristóteles es consciente de lo que aquí menciona, pero para cualquier economista actual que lea el párrafo la conclusión salta a la vista: el consumidor es el que aprecia, conoce, determina el mérito, y juzga (todas palabras de Aristóteles) el bien producido, y solamente ese consumidor final es el que se encuentra en las condiciones adecuadas para valorar estos bienes, i.e., esta no es y no puede ser una capacidad del productor en su rol de tal. Aristóteles se desvía de esta natural conclusión, tratando de explicar cómo determinar la justica a nivel social; y así como esos bienes, cuya metáfora toma Aristóteles, lo mismo ocurre con la justicia, de forma «que no debe dejarse a la multitud (...) el derecho de elegir los magistrados», sino que deben ser los hombres sabios aquellos que se encarguen de la tarea de juzgar.


Más adelante, Aristóteles vuelve a dejar en claro cuál es el fin de la política según su opinión: la justicia. Una de sus conclusiones que destacan es que «no hay completa justicia (...) [cuando] reclama cada cual el poder para sí y la servidumbre para los demás.». Pero entonces, según el griego ¿quién estaría en condiciones de gobernar? Solo aquellos que sean tan superiores en mérito y en reconocimiento que rebajarlos a la igualdad del resto sea la verdadera injusticia. Y dice Aristóteles que la ley no se ha hecho para ellos, sino que ellos mismos son la ley.

Luego, en los últimos Capítulos, trata sobre el reinado, a los que clasifica en 5: «uno, (...) libremente consentido, pero limitado a las funciones de general, de juez y de pontífice; el segundo, (...) despótico y hereditario por ministerio de la ley; el tercero, (...) que es una tiranía electiva; el cuarto, (...) que, propiamente hablando, no es más que un generalato perpetuamente (...). Hay un quinto reinado, en el que un solo jefe dispone de todo (...)». Desestima Aristóteles a todo tipo de monarquía. Una de las razones que otorga es su contradicción interna: como el rey no puede saberlo todo, debe delegar el poder, pero entonces, «¿no es más conveniente establecer esta repartición del poder desde el principio que dejarlo a la voluntad de un solo individuo?». Evidentemente. Además, enfatiza lo peligroso que es asignar la carga de la justicia sobre un solo hombre, «pedir la soberanía para un rey es hacer soberanos al hombre y a la bestia; porque los atractivos del instinto y las pasiones del corazón corrompen a los hombres cuando están en el poder, hasta a los mejores; la ley, por el contrario, es la inteligencia sin las ciegas pasiones.».

Casi ninguna conclusión puramente económica pudo desarrollarse aquí en el Libro III, al contrario de los dos Libros anteriores, pero sin dudas será interesante para el científico político.

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