A pesar de los pocos conceptos económicos que surgen
de la lectura del Libro III de «Política», intentaré exponer por lo menos unos
pocos conceptos. Como siempre, aclaro que todas las citas excepto las especificadas, se encuentran en el texto al que puede accederse aquí.
Aristóteles se pregunta qué es en definitiva el
Estado, al que, ya ha aclarado varias veces, considera una asociación de familias
o pueblos; y por otro lado se pregunta quién es y puede ser considerado un ciudadano. Llega a la conclusión de que
es ciudadano el que «goce de
las funciones de juez y de magistrado», y que el Estado es una «masa de hombres de este género».
Se pregunta entonces sobre la justicia y la
injusticia, en concreto: «¿tal
acto ha emanado del Estado o no ha emanado?». Aristóteles se encarga de
decir que la justica de un acto, según su visión, es del Estado y no importa de
qué forma haya sido éste. Es decir, no es posible calificar un acto como
injusto y no cumplir los compromisos porque una oligarquía o una tiranía lo
hayan establecido previamente a una estructura democrática. Con esto separa la
existencia abstracta del Estado con respecto a su organización interior, que
veremos a continuación. También se encarga el filósofo de diferenciar al Estado
como un ente atemporal , mientras que
los hombres que lo ocupan cambian con el tiempo, de la misma forma que su
metáfora con el río, al cual se califica por el mismo nombre a pesar de que el
agua que lo compone y fluye en él nunca es la misma.
A continuación intenta diferenciar entre la virtud
del individuo privado y la virtud del ciudadano, llegando a la conclusión de
que en la perfección ambas son lo mismo. Pero ¿qué hombre podría tener tal
virtud como para abarcar ambos criterios? Según Aristóteles, «el magistrado digno del cargo que
ejerce, y que es (...) virtuoso y hábil».
Aristóteles parece percatarse de la dualidad y
relación que existe entre la vida individual y la social. Explica así que el
hombre «desea
invenciblemente la vida social. Esto no impide, que cada uno de ellos la busque
movido por su utilidad particular y por el deseo de encontrar en ella la parte
individual de bienestar que pueda corresponderle. Este es ciertamente el fin de
todos en general y de cada uno en particular». Se puede argumentar
entonces que para Aristóteles el bien común era el bien de cada individuo
particular, lo que deja en claro también luego: «la asociación política tiene por fin, la virtud y la
felicidad de los individuos.».
Más adelante comienza su clasificación sobre los
tipos de gobierno. En primer lugar, destaca que la constitución es pura
solamente cuando aquel/aquellos que gobiernan consultan el interés general en
lugar del particular. «Así,
distingue entre la monarquía, la aristocracia, y la democracia, y establece sus
respectivas desviaciones: la tiranía que lo es del reinado; la
oligarquía que lo es de la aristocracia; la demagogia que lo es de la
república. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés
personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés
particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. » Y deja en
claro que «ninguno de estos
gobiernos piensa en el interés general. »
Aristóteles cuestiona entonces los diferentes abusos
de autoridad de estas distintas clases de gobierno o sus desviaciones, entre lo
que cabe destacar los abusos de la democracia en materia de confiscación de
bienes, lo que deja más que claro: «¡Qué!, ¿los pobres, porque están en mayoría, podrán repartirse los
bienes de los ricos; y esto no será una injusticia, porque el soberano de
derecho propio haya decidido que no lo es? ¡Horrible iniquidad!», a lo
que agrega de forma contundente, «Este pretendido derecho no puede ser ciertamente otra cosa que una patente
injusticia.».
Aún así, Aristóteles manifiesta su relativa simpatía
con la democracia, que según él, a pesar de no resolver todos los problemas,
era una solución equitativa y verdadera.
Su concepción sobre el colectivismo me resulta
bastante peculiar. Para Aristóteles, las masas se mueven como si fueran «un solo hombre», de forma
que si bien uno solo no pueda determinar lo justo y lo injusto, es muy difícil,
según Aristóteles, que las masas cometan los mismos errores, como si la opinión
de las masas fueran una especie de promedio
virtuoso. Así, aclara: «Cuando
están reunidos, la masa percibe las cosas con suficiente inteligencia.» y
que «los individuos tomados
aisladamente son incapaces de formar verdaderos juicios.».
Aquí comenta una metáfora que llama la atención y
que sea probablemente lo más interesante del Libro III. Y es que según
Aristóteles, «el artista no
es el único ni el mejor juez en muchas cosas y en todos aquellos casos en que
se puede conocer muy bien su obra sin poseer su arte. El mérito de una casa,
por ejemplo, puede ser estimado por el que la ha construido, pero mejor lo
apreciará todavía el que la habita; esto es, el jefe de familia. De igual modo
el timonel de un buque conocerá mejor el mérito de los timones que el
carpintero que los hace; y el convidado, no el cocinero, será el mejor juez de
un festín». Lo extraño de este brillante argumento es que no deriva su
esencial conclusión, quizá porque no tenga demasiado que ver en el contexto,
quizá por distracción, imposible saberlo. No queda claro si Aristóteles es consciente de lo que
aquí menciona, pero para cualquier economista actual que lea el párrafo la
conclusión salta a la vista: el consumidor
es el que aprecia, conoce, determina el mérito, y juzga (todas
palabras de Aristóteles) el bien producido, y solamente ese consumidor final es
el que se encuentra en las condiciones adecuadas para valorar estos bienes,
i.e., esta no es y no puede ser una capacidad del productor en su rol de tal. Aristóteles
se desvía de esta natural conclusión, tratando de explicar cómo determinar la
justica a nivel social; y así como esos bienes, cuya metáfora toma Aristóteles,
lo mismo ocurre con la justicia, de forma «que no debe dejarse a la multitud (...)
el derecho de elegir los magistrados», sino que deben ser los hombres sabios aquellos que se encarguen
de la tarea de juzgar.
Más adelante, Aristóteles vuelve a dejar en claro
cuál es el fin de la política según su opinión: la justicia. Una de sus
conclusiones que destacan es que «no hay completa justicia (...) [cuando] reclama cada cual el poder
para sí y la servidumbre para los demás.». Pero entonces, según el
griego ¿quién estaría en condiciones de gobernar? Solo aquellos que sean tan
superiores en mérito y en reconocimiento que rebajarlos a la igualdad del resto
sea la verdadera injusticia. Y dice Aristóteles que la ley no se ha hecho para
ellos, sino que ellos mismos son la ley.
Luego, en los últimos Capítulos, trata sobre el
reinado, a los que clasifica en 5: «uno, (...) libremente consentido, pero limitado a las funciones de
general, de juez y de pontífice; el segundo, (...) despótico y hereditario por
ministerio de la ley; el tercero, (...) que es una tiranía electiva; el cuarto,
(...) que, propiamente hablando, no es más que un generalato perpetuamente
(...). Hay un quinto reinado, en el que un solo jefe dispone de todo (...)». Desestima
Aristóteles a todo tipo de monarquía. Una de las razones que otorga es su
contradicción interna: como el rey no puede saberlo todo, debe delegar el
poder, pero entonces, «¿no
es más conveniente establecer esta repartición del poder desde el principio que
dejarlo a la voluntad de un solo individuo?». Evidentemente. Además,
enfatiza lo peligroso que es asignar la carga de la justicia sobre un solo
hombre, «pedir la soberanía
para un rey es hacer soberanos al hombre y a la bestia; porque los atractivos
del instinto y las pasiones del corazón corrompen a los hombres cuando están en
el poder, hasta a los mejores; la ley, por el contrario, es la inteligencia sin
las ciegas pasiones.».
Casi ninguna conclusión puramente económica pudo
desarrollarse aquí en el Libro III, al contrario de los dos Libros anteriores, pero
sin dudas será interesante para el científico político.
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