El Libro II [1] de «Política» de Aristóteles, tiene
nueve capítulos, entre los cuales se dedica mayoritariamente a analizar las
constituciones de las ciudades-estado de su Grecia contemporánea, y a criticar
a Platón y Sócrates. Sin embargo, dejaré de lado lo estrictamente político para
enfocarme en lo poco, aunque muy interesante, de economía que resalta entre
líneas. Aclaro nuevamente, que dado que utilizo múltiples citas, todas con excepción de las aclaradas, se derivan del texto que puede leerse aquí.
Aristóteles comienza en el Capítulo I explicando el
propósito de su estudio: «indagar
cual es entre todas las asociaciones políticas la que deberán preferir los
hombres».
En esa línea, el pensador griego
resalta tres posibilidades excluyentes, «que la comunidad política debe necesariamente abrazarlo todo, o no
abrazar nada, o comprender ciertos objetos con la exclusión de otros».
Aristóteles, lamentablemente, descarta la segunda porque según él es «evidentemente imposible».
Recordemos que para Aristóteles el Estado es una asociación de pueblos o familias, que cumple con los roles básicos
que se adjudicaron también los Estados modernos: el orden social (la justicia)
y la defensa.
Las críticas que hace sobre Platón deberían resultar
más que aleccionadoras. Platón entiende que todo debe ser socializado, y cuando
digo todo, lo digo literalmente: para
Platón, no solo los bienes, sino también los hijos y las mujeres deben ser comunales. En su crítica a Platón
comienza diciendo que «(...)
lo que se nos presenta como el bien supremo del Estado es su ruina»,
y continúa: «(...) esta
aspiración exagerada a la unidad del Estado no tiene nada de ventajosa.».
Entre otros inconvenientes destaca uno en particular: el «poco interés que se tiene por la
propiedad común, porque cada uno piensa en sus intereses privados y se cuida
poco de los públicos, sino es en cuanto le toca personalmente, pues en todos
los demás descansa de buen grado en los cuidados que otros se toman por ellos».
El claro razonamiento de Aristóteles es el desincentivo que genera la
propiedad común. En efecto, como los hijos del sistema platónico serían comunes, no habría consciencia a ciencia
cierta sobre los lazos que existen entre padres e hijos, o hermanos y hermanos,
y así es claro que en esta sociedad habría ultrajes, asesinatos, altercados e
injurias, porque «han de ser
mucho más frecuentes necesariamente entre gentes que ignoran los lazos que los
unen».
Las críticas continúan en el Capítulo II. Si hay un Capítulo
para leer de este Libro II, así como en el Libro I era el Capítulo III, aquí es
el Capítulo II.
Aristóteles se plantea cual debería ser la mejor
constitución posible, y con ello, «la organización de la propiedad, y si debe admitirse o desecharse la
comunidad de bienes».
Se pregunta si los bienes comunales (la propiedad colectiva) debe extenderse a la tierra o solo a lo que de
ella deriva. Sin embargo, Aristóteles se percata del problema que genera la distribución forzosa de bienes. En efecto, dice que «No estando igualmente repartidos el trabajo y el goce,
necesariamente se suscitarán reclamaciones contra los que gozan y reciben
mucho, trabajando poco, de parte de los que reciban poco y trabajen mucho.».
No obstante, Aristóteles no se identifica con ninguno de los dos
extremos, sino por un intermedio, donde algunos bienes son de propiedad común,
y otros de propiedad privada; y en una maravillosa interpretación, alega que las
explotaciones «no darán
orígenes a contiendas; prosperarán más, porque cada uno las mirará como asunto
de interés personal».
Su concepción de la propiedad privada es tal, por lo menos aquí, que
expresa con mucha claridad que es «evidentemente preferible que la propiedad sea particular, y que solo
mediante el uso se haga común.»
Pero eso no es todo, ni mucho menos lo más
importante, a mi criterio. Aristóteles desarrolla aquí brevemente dos conceptos
claves del Libro.
En primer lugar, expresa la naturalidad que hay en
el amor a sí mismo y de la propiedad que uno posee, lo que distingue claramente
del egoísmo como dos cosas separadas. En
concreto, dice que «es poco
cuanto se diga de los gratos que son la idea y el sentimiento de la propiedad.
El amor propio que todos poseemos, no es un sentimiento reprensible; es un
sentimiento completamente natural, lo cual no impide que se combata con
razón el egoísmo, que no es ya este mismo sentimiento,
sino un exceso culpable.»
Lo mismo expresa sobre el aprecio al dinero, y la avaricia, también como dos cosas separadas.
En segundo lugar, expresa que la solidaridad y la
generosidad son virtudes del ser humano, pero claro, también entiende lo que
esto implica; y es que es imposible ejercer esta virtud sin la existencia de
propiedad privada. Así sostiene que «Hay en el hombre dos grandes móviles de solicitud y de amor, que son
la propiedad y la afección»;
también que «es un
verdadero encanto el favorecer y socorrer a los amigos, a los huéspedes, a los
compañeros, y esta satisfacción sólo nos la puede proporcionar la propiedad
individual.»; que
la propiedad comunal, o la exagerada
unidad del Estado, atenta contra «la generosidad, que es imposible sin la propiedad individual, porque
en semejante república [el socialismo de Platón] el ciudadano no puede
mostrarse nunca liberal, ni ejercer ningún acto de generosidad, puesto que esta
virtud sólo puede nacer con motivo del destino que se dé a lo que se posee».
Tan evidentes son los problemas de los bienes
comunes para Aristóteles, que se plantea que los problemas que Sócrates (en la
línea de Platón) dice que los demás sistemas tienen, ¡son en realidad problemas
del sistema del propio Sócrates! En concreto, «en cuanto a las disensiones, pleitos y otros vicios
que Sócrates echa en cara a las sociedades actuales, yo afirmo que se
encontrarán todos ellos sin excepción en la suya.»[16];
y como algo evidente, se pregunta «¿no tienen los asociados y propietarios comuneros muchas más veces
pleitos entre sí que los poseedores de bienes personales (...)?».
Y en un último arrebato, Aristóteles ya plantea sobre la comunión de bienes, que «la existencia es con ella
completamente impracticable.»
Aunque leamos en estas líneas a un Aristóteles
bastante liberal, lo cierto es que
según sus propias palabras, abogaba por un intermedio, lo que deja más que
claro a lo largo del texto. Yo aquí resalté solamente los principios o
razonamientos económicos y algunos políticos que resaltan a mi interés
particular.
Ya en el Capítulo III, Aristóteles resalta otras virtudes inherentes
a la existencia de la propiedad privada, pues «no podrían referirse a ella [a la propiedad privada]
la dulzura ni el valor, pero sí podrían referirse la moderación y la
liberalidad, que son necesariamente las virtudes que se pueden mostrar al hacer
uso de la fortuna.»
Del resto del capítulo, nada atrajo mi atención que valiera la pena
mencionar, por lo menos con respecto a lo económico.
Los capítulos siguientes se dedican a la crítica
sobre las constituciones de diversas ciudades-estado.
Comienza en el Capítulo IV, el último de los
importantes relativos a nuestro estudio, con Faleas de Calcedonia, a quien le debemos el dudoso placer de ser el
«primero que ha sentado el
principio de que la igualdad de fortuna entre los ciudadanos era indispensable».
Aristóteles hace a lo largo del texto dos
distinciones. Por un lado, le parece que la desigualdad de la fortuna causa problemas,
pero al mismo tiempo, que la igualdad mediante la fuerza también los provoca.
En efecto, dice que «la
igualdad de fortuna entre los ciudadanos sirve perfectamente, lo confieso, para
prevenir las disensiones civiles; pero (...) este medio no es infalible, porque
los hombres superiores se irritarán al verse reducidos a tener lo mismo que
todos, y esto será con frecuencia causa de turbaciones y revueltas»;
o en otro párrafo, «la
multitud se rebela a causa de la desigualdad de las fortunas, y los hombres
superiores se indignan con la repartición igual de los honores. Es lo que dice
el poeta: "¡Qué! ¿El cobarde y el valiente han de ser igualmente estimados?»
Aristóteles no distingue cual es la política
correcta, solo se limita a establecer las desventajas de esta distribución coactiva. Lo cierto es que no
está de acuerdo con Faleas. En efecto, según Aristóteles, «Faleas cree evitar por medio de la igualdad de bienes (...) de
impedir que un hombre robe a otro.»
(Vamos, ¿no me digan que no es bastante
orwelliano el amistoso Faleas, que cree que roba para que nadie robe?).
Pero Aristóteles no está de acuerdo, y ya dejó bastante claro el porqué en el
Capítulo II. Pero además nos otorga otro razonamiento, y es que según
Aristóteles «lo importante no es
nivelar las propiedades, sino nivelar las pasiones». De hecho,
para Aristóteles es claramente preferible educar a los hombres para que, «en lugar de nivelar fortunas,
hacer (...) que los hombres moderados por temperamento no quieran enriquecerse,
y que los malos no puedan hacerlo (...)».
De forma que su solución, en lugar de ser una distribución coactiva de la riqueza, (y juntando el concepto de la
educación a su explicación anterior sobre la solidaridad y generosidad), es que
los hombres sean educados para ser solidarios con su propiedad, y que no
quieran enriquecerse en demasía con respecto a sus conciudadanos. De hecho, y
con respecto a la solución que da Faleas
(con la que Aristóteles no está de acuerdo), el filósofo se pregunta sobre los
problemas que Faleas quiere resolver (el robo, el capricho del crimen, y el
gozo de tal): «¿Y cuál será
el remedio para estos tres males? En primer lugar, la propiedad, por más
pequeña que sea (...)».
Creo que la posición de Aristóteles con respecto a estos temas no podría
estar más clara.
En el Capítulo V, Aristóteles trata la constitución
ideada por Hipódamo de Mileto, en lo
que no hay prácticamente nada para rescatar a nivel económico.
En el Capítulo VI, se dedica a la constitución de
Lacedemonia (Esparta). Las críticas destacables de Aristóteles son breves. Para
él, en su postura aclarada de intermedio,
uno de los problemas de esta constitución es «la desproporción de las propiedades: unos poseen
bienes inmensos, otros no tienen casi nada; sí que el territorio está en manos
de pocos. La falta, en este caso, está en la ley misma.».
Aristóteles sostiene que, literalmente, una mayor parte de las tierras las
poseen unos pocos ricos, lo que debería ser de alguna forma regulado por la
ley. Más adelante declara que las comidas
comunales no han sido bien gestionadas, porque los gastos debería pagarlo
el Estado, y no los ciudadanos (por más extrema pobreza que tengan). Esta
crítica es claramente acertada, incluso desde un punto de vista actual, y es
que se supone que los bienes comunales
se deberían utilizarse, siguiendo la crítica, para satisfacer las necesidades
de los más pobres, cuando en realidad, según esta constitución, ocurre lo
contrario, pues los pobres al no poder pagar por su cuenta las comidas, no
pueden acceder a ellas.
El Capítulo VII se encarga de la constitución de
Creta, en donde solo cabe resaltar que tenía los mismos problemas que Esparta.
En el Capítulo VIII, sobre la constitución de
Cartago, también se observan problemas similares. Según Aristóteles, y en un
breve paréntesis político, Cartago ofrece un intermedio entre la oligarquía
(donde se escoge en vista de la riqueza) y la aristocracia (donde se escoge
según el mérito), y su inusual paz y orden se deben, según él, al azar más que
a un buen gobierno. Se puede leer un comentario particularmente extraño, y es
que según Aristóteles «es un
deber del legislador establecer la división de empleos, y no exigir de un mismo
individuo que sea músico y haga zapatos.».
El último Capítulo lo dedica Aristóteles a hablar
sobre distintos legisladores. Se destaca a Filolao
de Corinto, al cual el filósofo
griego trata de peculiar, por «haber ordenado que el numero de
pertenencias fuera siempre inmutable»; y a Platón
por la «ley de la embriaguez»
(¿la ley seca griega?). Dejo por último una frase digna de
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